Hoy le he echado un ojo al “Journal Citation Report” (JCR) del año 2012, donde se recoge información sobre todas las revistas científicas, clasificadas por el área de conocimiento en la que se engloban y el índice de impacto que poseen. Mi gran sorpresa ha sido comprobar que el año pasado existía la friolera de 8.411 revistas científicas indexadas. ¿Realmente son necesarias tantas revistas?, ¿estamos generando tanto conocimiento científicos como para que sea necesario tamaño número de revistas?, ¿no se estarán dedicando demasiados esfuerzos en generar resultados sin un objetivo claro? En el año 1963 Bernard K. Forscher escribió un artículo en Science avanzado a su época, al mostrarnos el rumbo que estaba tomando la actividad científica. Lo visto en el JCR me lo ha recordado. Traduzco aquí dicho artículo, porque es una auténtica “food for thought”.
Erase una vez una tierra donde entre las actividades de las personas que la habitaban había una llamada “investigación científica” y a los que realizaban dicha actividad los llamaban “científicos”. En realidad esas personas eran constructores de edificios, llamados “explicaciones o leyes”, que ensamblaban unos ladrillos llamados “resultados”. Cuando los ladrillos estaban bien construidos y se encajaban adecuadamente, el edificio era útil y duradero, lo que producía satisfacción y, en ocasiones recompensa, al constructor. Si los ladrillos eran defectuosos o no encajaban adecuadamente, los edificios colapsaban, lo que resultaba trágico para los usuarios de los edificios y para el constructor que caía en desgracia. Dado que la calidad de los ladrillos era tan importante para el éxito de la construcción final, y dado que los ladrillos resultaban tan escasos, los constructores debían construir los ladrillos por ellos mismos. La fabricación de ladrillos era costosa y consumía mucho tiempo, por lo que los constructores más sabios sólo construían aquellos ladrillos que tenía la forma y el tamaño adecuado para la construcción que tenían en mente. Los constructores se guiaban para diseñar los ladrillos de un plan que denominaron “teoría o hipótesis”.
Con el paso del tiempo los constructores se dieron cuenta de que su trabajo sufría retrasos por tener que dedicar mucho tiempo a construir ladrillos. Entonces apareció una nueva profesión de fabricantes de ladrillos, a los que llamaron “científicos en formación” para dar notoriedad al trabajo que realizaban. Con este nuevo apoyo la construcción de edificios incrementó su velocidad de producción. En ocasiones los fabricantes de ladrillos progresaban hasta convertirse en constructores. A pesar de la separación de actividades, los ladrillos todavía se producían con sumo cuidado y de forma ordenada. Desde ese momento y en adelante, los constructores podían diseñar y pedir con antelación los ladrillos y tenerlos preparados para cuando fuera necesario utilizarlos. A pesar de ello los ladrillos seguían construyéndose sólo cuando se necesitaban, ya que seguía siendo un proceso difícil y caro.
Y entonces se produjo un malentendido entre los constructores de ladrillos (hay quien dice que ese malentendido llegó por un mal entrenamiento de sus fabricantes, otros dicen que fue consecuencia de la llegada de una nueva generación de fabricantes). El caso es que los ladrilleros se obsesionaron en la fabricación de ladrillos. Cuando se les recordaba que el objetivo eran los edificios, no los ladrillos, ellos contestaban diciendo que si existieran suficientes ladrillos disponibles, los constructores podrían seleccionar los que consideraran adecuados, con lo que la construcción de edificios iría más deprisa. La debilidad de este argumento no saltó a la vista en un primer momento, pero con la mediación de los ciudadanos que esperaban a que se construyeran los edificios que necesitaban, pronto apareció. El coste de fabricar ladrillos se transformó en un problema menor, ya que había mucho dinero dedicado a ello, además el tiempo y el esfuerzo en su fabricación disminuyeron gracias a que aparecieron sistemas automatizados. Además, el número de fabricantes de ladrillos aumentó gracias a extensos programas de reclutamiento y formación. Se empezó a asumir que cuando se habían producido el número suficiente de ladrillos para construir un edificio, el fabricante de ladrillos podía obtener el título de constructor, y con dicho título ser considerado como tal.
Entonces la tierra fue inundada de ladrillos. Se hizo necesario organizarlos en lugares de almacenamiento, llamados “revistas científicas”, y también fueron necesarios sistemas para localizar dichos ladrillos, generándose así los inventarios. Mientras, los fabricantes de ladrillos estaban orgullosos de que sus ladrillos tenían una gran calidad. Pero la producción iba por delante de la demanda, y los ladrillos dejaron de hacerse por encargo. El tamaño y la forma pasaron a depender de la moda del momento. Para poder competir con el resto de fabricantes, algunos de los ladrilleros intentaron extraños, difíciles y raros diseños. La influencia en los métodos de producción y los diseños que de ellos se generaban, pasó a ser un factor dominante.
Desgraciadamente, los constructores casi dejaron de existir. Empezó a ser difícil encontrar el ladrillo adecuado, debido a la enorme labor que implicaba buscarlo entre la gigantesca cantidad de ladrillos fabricados. Incluso pasó a ser difícil encontrar lugares donde construir edificios, ya que mucho terreno había sido ocupado por montañas de ladrillos. También resultaba difícil completar los edificios, ya que cuando éstos se estaban construyendo se sepultaban bajo una avalancha de nuevos ladrillos. Y con el tiempo, nadie hacía el esfuerzo de distinguir entre una montaña de ladrillos y un verdadero edificio.
Bernard K. Forscher (1963) Chaos in the Brickyard. Science 142:339.
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