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¿Es posible hablar ahora de una responsabilidad intelectual?

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intelectual
Autor: Darío Villaseñor

No convierto una pregunta personal en un problema, pienso
que una pregunta personal es la ausencia de un problema.

M. Foucault

El siglo que no hace mucho terminó, el siglo XX, pasará a las referencias históricas del futuro, posiblemente, por todas las atrocidades que a lo largo de él se cometieron, pero también, creemos, como el momento histórico que tuvo la mayor cantidad de hombres y mujeres vivos en comparación con los siglos anteriores cuya capacidad de conocimientos, descubrimiento, abstracción e influencia fue de tal nivel como nunca se había visto antes y no es seguro que se vea ni en el futuro cercano ni en el lejano. Pero lo que si es posible decir es que no existió, en toda la historia científica y cultural de el siglo que no hace mucho terminó y del cual todos los aquí presentes somos herederos, un solo tema en el que esas personas, conocidas por el genérico título de “intelectuales”, no marcaran el rumbo y la forma en que se encaraban tanto los problemas internos como las consecuencias de las disciplinas en las que cada uno de ellos se fueron especializando. Y por lo mismo, fundaron tendencias, escuelas, doctrinas: estructuras del pensamiento que regulaban tanto el contenido como la forma de la discusión. Como sea: física, matemáticas, filosofía, literatura, economía, sociología, pedagogía, … sus escritos y sus intervenciones públicas, ya lo hemos dicho, marcaron las más de las veces el ritmo y la forma de la discusión de los grandes problemas de su tiempo.

Y bien es cierto que los hubo cuyos nombre son referencias intelectuales e históricas obligadas para muchos de nosotros: Sartre, de Bouveaur, Foucault, Russell, Wittgenstein, Paz, Gramsci, Cortázar, Mariategui, Sánchez Vázquez, Chomsky, Said, Cioran, Gorsz, Ponce, Benjamin, Adorno, Marcuse, Koestler, Lukács, Einstein, Penrose, Vargas Llosa, Selser, Vidal, Deleuze, Kristeva, Joyce, Lyotard, Benda … la lista puede hacerse tan grande como se quiera tanto a izquierda como a derecha del espectro político, si bien es cierto que los mejores han sido gente de izquierda al menos en alguna época de su vida y es muy seguro que, de vivir, varios de ellos no estarían nada contentos en la forma en que los hemos listado. Pero también fue cierto que existieron muchos intelectuales, muy cercanos a nosotros, cuya labor fue más modesta, menos elocuente pero más efectiva, posiblemente determinó el derrotero intelectual y profesional de muchos de los que actualmente pasamos los 40 años y nos encontramos en este espacio. Estos profesionales, maestros y catedráticos de colegios y universidades, a veces articulistas y comentaristas de medios impresos fueron, en un principio, los traductores y reintérpretes del trabajo de los famosos anteriores, y guías que a veces estimulaban, a veces impedían, un acercamiento que quizás sería muy rudo para la mayoría de nosotros con aquellas luminarias a las cuáles, quizás también, más de uno de nosotros deseaba emular.

Pero algo quedaba muy claro, de los unos y de los otros, de los famosos y de los que hacían su labor callada en las aulas universitarias y en las redacciones. Ese algo era “algo”, disculpen ustedes la redundancia, que bajo ninguna circunstancia nos podíamos dar “el lujo”, “el gusto”, de poner en duda, y ni pensar en atrevernos a negarlo, ya fuéramos seguidores o críticos. Incluso en el momento en que la luminaria o el catedrático, el eximio escritor o el oscuro articulista decían o escribían algo que nos hacía hervir la sangre y “nos obligaba” a sacar todas nuestras armas intelectuales para contrarrestar y tumbar, si era posible, sus argumentos, al menos en nuestro más inmediato entorno, ese “algo” seguía ahí, no era tocado, no era cuestionado. Ese algo era lo que podríamos llamar “su honestidad intelectual”, que en la vía de los hechos significaba que “nuestro oponente intelectual” actuaba de buena fe por qué verdaderamente creía en lo que decía, o escribía.

Y entendamos: mercenarios de la pluma y de las ideas, siempre han existido. Gente que por riquezas (¿por qué más?) vende su esfuerzo y su trabajo intelectual a los poderosos en turno de la misma manera en que otros venden su fuerza física, siempre han existido. En la época en la que yo estudiaba el bachillerato mi maestro de literatura mexicana se refería a ellos como “ideólogos”, que en su escala de valores y durante mucho tiempo también en la mía, se encontraban muy por debajo tanto en calidad como en fuerza de los “verdaderos escritores”, de los “verdaderos pensadores”. En esa época de la vida, que como bien saben ustedes, las cosas -y las personas- no tienen precisamente matices, y “los ideólogos”, creía yo, eran fácilmente identificables porque escribían básicamente en periódicos y revistas controladas por el gobierno (casi todos), que a su vez era culpable, real, por la matanza de Tlatelolco, el 10 de Junio de 1971, los desaparecidos y la guerra sucia. El problema de “esta evaluación”, he de decirles, fue que durante años me privé de los escritos de investigación y ensayísticos de un Miguel Ángel Granados Chapa, por poner un ejemplo, y cuya privación tuve que expiar, ya entrado en mis treintas, leyendo cuanto libro de él pudiera comprar y perdiendo horas en la hemeroteca para leer sus artículos. En suma, una evaluación, correcta en cuanto a la descripción de los esperpénticos gobiernos de Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari, continuación éstos de los gobiernos siniestros de López Portillo y Echeverría y de los cuales tengo referencias directas muy nebulosas, se aplicó a la persona equivocada. Y he de confesarles que no fue el único caso.

Pero no vine aquí a hablar de mí.

Me utilicé para poder hablar del tema de esta plática que me ha tocado dar ante todos ustedes. Porque creo que no invento algo si digo que de alguna manera u otra todos los que nos formamos en las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado, lo teníamos todo muy claro, o casi todo, en el plan intelectual. Herederos tardíos de un mundo bipolar en donde era posible, o al menos eso parecía, saber quienes eran “los buenos” o “los malos” a según el bando que escogieras y los intereses que verdaderamente en la cabeza uno creía defender, también era posible saber quien era “un verdadero pensador”, un “verdadero intelectual”, y quien un ideólogo-vende-tu-pluma-para-quedar-bien-con-algo-o-con-alguien. Esto, para mí y para muchos, significaba, por ejemplo, saber que Vargas Llosa era y es un excelente novelista que en el transcurso de su vida abraza ahora la doctrina económica de lo que ahora llamamos neo-liberalismo con la misma pasión y falta de sensatez y mesura que en su juventud abrazó a lo que él llamaba socialismo hasta el célebre golpe a Gabriel García Márquez. Lo que nunca se me hubiera ocurrido, ni entonces ni ahora, es que Vargas Llosa MENTÍA, que Vargas Llosa escribía o decía una cosa mientras su deseo y su pensamiento sostenían la contraria. Podría disgustarme su apoyo o sus silencios a las salvajes dictaduras latinoamericanas, podría incluso pensar que lo que dijo tan certeramente acerca de la “dictadura perfecta” mexicana era una puntada de aristócrata, pero jamás se me ha ocurrido pensar que Vargas Llosa estuviera mintiendo. El que no me gustaran sus posiciones políticas ni sus pronunciamientos, el que me pareciera una soberana rebaja personal e intelectual su apoyo al libro que su hijo acompañado de otros rufianes como él “escribieron”, para llamarla de alguna manera, sobre la izquierda latinoamericana, lo que de paso confirma, una vez más, aquello de padre genio e hijo cretino, no me hacía pensar en Vargas Llosa como un ideólogo que se vende, insisto: ni en esos momentos, ni nunca. Para mi, su honestidad intelectual no se cuestiona.

Y con él la de muchos, muchos más.

Para todos aquellos que tengan más de 40 años y han podido seguir sin perderse mucho en la presente plática, no les será desconocido, o al menos eso espero, muchas de las palabras y las formas en que estas son colocadas pero que constituyen el cimiento sobre el cual la mayoría de los que no “somos famosos” ni esperamos ser, nos movemos. Empezando por un juego en el que de alguna manera todos, o casi todos, nos hemos vuelto especialistas: no damos ni una sola definición pero todos actuamos como si verdaderamente estuviéramos de acuerdo en todo. Empecemos por algo: ¿qué es un intelectual?

Recordarán algunos de los nombres de la lista anterior. ¿Por qué tendrían que aceptarme todos ustedes esta lista? Algunos de estos nombres son demasiado famosos para que la gran mayoría de ustedes no los conozca, pero otros solamente suelen ser conocidos en los círculos de su especialidad: a unos solamente los reconocerán aquellos que tengan a la filosofía como su formación profesional y/o se encuentren muy interesados en las profundidades del posmodernismo, algunos más los reconocerán quienes tengan formación filosófica y militancia comunista, otros quienes tengan lo anterior y además conozcan la historia del pensamiento latinoamericano del siglo XX. Los otros por su pasión literaria. Los menos por su formación científica, y aquí meto a científicos como intelectuales cuando durante mucho tiempo “la tradición” indicaba que “intelectual” eran solamente el filósofo y el literato, mas no “el científico”, ser extraño a la existencia de los anteriores. La mayor parte de los mencionados cumplen varios de los requisitos simultáneamente. Pero si en una hipotética encuesta yo pudiera preguntar a cada uno de los aquí reunidos si conocen al menos a uno de los aquí citados, estoy casi seguro que la suma de todos haría que esta lista de intelectuales se conserve, unos con más fuerza que otros, pero ninguno fuera.

¿Esto resuelve el problema de qué es un intelectual? Antes de contestar en un sentido o en otro, he de pedirles que retengan la pregunta en su memoria, por qué ahora se hace necesario pasar a la siguiente pregunta, y que de hecho es la base del título de la presentación de este día: ¿cómo vamos a distinguir a un intelectual de un ideólogo?

El problema que tenemos y que tienen que notar ustedes es como las cosas se van complicando: a la pregunta con la que inició esta ponencia acerca de si era posible exigir alguna responsabilidad intelectual en los tiempos actuales, hemos agregado la pregunta que intenta responder qué es un intelectual y cómo diferenciar a aquel de un ideólogo: finalmente, ¿a quién se le pedirán responsabilidades si no somos capaces de identificarlo? Quizás, pienso yo, ustedes podrían ahora preguntarse cosas como las siguientes: ¿qué importancia tiene que éste extraño venga y nos hable de todo esto en una nación en la que los egresados universitarios (no importa si vienen de universidades públicas o privadas) no encuentran trabajo, en una nación en la que según la OCDE los jóvenes universitarios y con educación media superior son numéricamente los que padecen más el desempleo que aquellos que tienen solamente educación básica y a veces ni eso, todo esto en una nación que por el otro lado se encuentra sometido a una guerra absurda promovida por gente que debería ser juzgada como criminal de guerra? ¿Qué importa hablar de la responsabilidad intelectual con profesores y articulistas que la mayor parte de las veces tiene sobre carga laboral, salarios raquíticos e irregulares y a veces, miedo? En suma: ¿para que venir a mentar la soga en casa del ahorcado?

Puestas las cosas de esta manera, posiblemente lo más sensato sería doblar las hojas, agachar la cabeza, regresar por donde llegamos, y todos, alumnos, maestros y autoridades, a seguir aguantando en donde la circunstancias y/o nuestra habilidad nos colocó.

Pero resulta que desde mi óptica esto es exactamente lo que hemos venido haciendo desde hace al menos 30 años, cuando la pauta de la ideología TINA (There Is No Alternative) “tatcheriana” indicó que solamente había un camino a recorrer, en lo económico, principalmente, pero por añadidura en lo político y en lo social. Pero resulta, también, que TINA necesita, para funcionar sin sobresaltos, que muchas cosas no se digan, que se genere lo que Marcos Roitmann llama “el pensamiento sistémico”, el pensamiento social-conformista. Y para generarlo es preciso que las preguntas anteriores, tanto las que yo formulé de manera directa, como las hipotéticas que en un ejercicio mental atribuí a ustedes, a los aquí presentes, no se contesten.

Por que a la falta de definiciones que mencionamos anteriormente tenemos que agregarle ahora el juego de la falta de responsabilidades. Vean ustedes: si yo no puedo o no quiero definir de alguna manera qué características debe tener un intelectual y qué hace, puedo hacer lo que se me da la gana, conjuntar como yo quiera o pueda las definiciones anteriores que otros elaboraran por mi y realizar juegos mentales en los que ponga “a debatir” a Rorty, por ejemplo, con Hegel, crear “teorías económicas” que pretenden conjuntar el trabajo de Keynes con los análisis de Von Mises y Hayek, a hablar de las limitaciones del pensamiento científico y las dificultades de “trascender” a Gödel mientras no soy capaz de tomar un libro de cálculo de bachillerato o de divulgación científica, a conjuntar el psicoanálisis con la topología diferencial inundando al posible lector de esta “teoría” con intimidante escritura que parece científica y matemática pero que al analizarla a fondo no es más que un galimatías. El primer ejemplo me lo comentó gente de una maestría de ciencia política, el segundo me lo dijeron algunos estudiantes pasantes de economía a los que les doy clases de matemáticas y les pregunté el por qué de la necesidad de saber álgebra lineal y análisis matemático al nivel tan profundo que lo pedían. El tercer ejemplo es una generalización de lo que hacen o hicieron varios filósofos que generalmente son identificados con lo que se conoce como posmodernismo, y el último es una descripción breve y seguramente muy injusta del trabajo de J. Lacan, al que por cierto Noam Chomsky no baja de charlatán deliberado.

Vean ustedes: a cuarenta años de que Dumézil sintiera una repulsión por el intelectual comprometido y por Sartre en particular, a cincuenta de que un filósofo pusiera en circulación la idea del marxismo a-humanista para justificar, entre otras cosas, el colaboracionismo clasista del partido comunista francés, a treinta de que otro hablará del fin de los grandes relatos, tenemos que todo el mundo conectado a lo que podemos llamar “un trabajo intelectual” hace re-interpretaciones de las re-interpretaciones de las (re)interpretaciones en una banda sin-fin de taylorismo teórico, en el que no hay quien desee hacerse responsable de las cosas que se dice y que se escribe: Slavoj Zizek cuenta en una entrevista una historia que atribuye al marxista inglés Eagleton acerca de un historiador que al pretender dar una conferencia a obreros y que empezó con el estribillo que tan caro es a cierta izquierda esotérica: “lo que voy a decirles tiene que ser relativizado, yo no sé más que ustedes, que era solamente su punto de vista” (el del historiador). Todo mundo “habla”, todo el mundo “propone”, todo el mundo “reflexiona” … pero parece ser que pocos quieren hacerse responsables de todos los productos de su proceso. Por cierto, Zizek nos comenta cual fue la respuesta que el grupo de obreros dio al historiador, y la respuesta fue contundente: “Pues váyase, se le paga por saber más que nosotros y contárnoslo”.

A la vuelta de los años tenemos pensadores que todavía siguen diciendo que Spencer tiene algo que ver con Darwin y que el darwinismo social tiene algo que ver con el trabajo que fundamentó lo que ahora se conoce en biología evolutiva como la Teoría Sintética de la Evolución. Está muy bien que Nietzsche despotricara contra el socialismo, los anarquistas (que, curiosamente, le reivindican) y contra “el darwinismo” aunque nunca en su vida tomara, Nietzsche, en sus manos, un libro de esos temas ni por equivocación: la genialidad al parecer justifica lo que sea. Pero la gran mayoría de nosotros no somos ni seremos genios y la mínima honestidad intelectual indicaría que al menos uno intentaría documentarse un poco acerca del tema que pretende hablar o criticar, máxime cuando filósofos de la talla de Lukács han desmontado esta mentira del darwinismo social en su libro “El asalto a la razón”, lo mismo que historiadores del capitalismo como Karl Polanyi en su libro “La Gran Transformación”, y que gente que de alguna manera se identifica a si misma de izquierda o al menos de “pensante” siga sosteniendo ésta mentira, es, para decirlo suavemente, patético.

En nombre del subjetivismo y de la personalización de los problemas, en nombre del fin de los grandes relatos y de la equiparación de conocimientos que hasta no hace mucho eran considerados en categorías y niveles diferentes, al parecer se puede despotricar contra “la ciencia oficial” mientras por el otro lado se puede pretender hacer uso de su terminología y de su escritura aunque por el otro lado se demuestra que no se entiende lo mínimo de la disciplina que se desea usar y a veces suplantar: la entropía es un concepto muy prostituido, da a entender el físico teórico Leopoldo García-Colín. O se puede “relativizar” a la verdad, darle a ciertos conocimientos esotéricos y mágicos como la astrología o la homeopatía el mismo valor que a las disciplinas científicas de la astronomía y la medicina y obtener “una ventaja” epistemológica que recuerda aquello que decía Bertrand Russell acerca de las ventajas del robo sobre el trabajo honrado en una situación parecida a la que les estoy comentando. O se puede estar creando nuevas definiciones para intentar “sustituir” antiguas definiciones: bien es cierto que el lenguaje sobre todo político ha sido tan deformado que ha acabado en muchos casos por no significar algo, pero también sería necesario preguntarse si el desplazamiento de nombres (pienso ahora en el concepto de “multitud” de Negri para suplantar el de “proletariado”) resuelve verdaderamente algo o al menos simplifica el problema … es interesante ver todo lo que se puede hacer sin responsabilidad, sin compromiso, sin método, … y al parecer sin honestidad intelectual.

Este lapidario y breve resumen de cierto tipo de intelectual, su trabajo y sus consecuencias puede ser a oídos de algunos, muy parcial y tremendamente injusto. Pero creemos que, por desgracia es muy real. ¿Qué alternativas hay?

Las alternativas, en caso de existir, necesariamente pasan por tener que explicarnos quienes somos y que hacemos. Para el filósofo y pensador Antonio Gramsci, que se pasó una buena parte de su vida productiva, intelectualmente hablando, preso del fascismo de Mussolini, intelectuales son todos los hombres y mujeres que viven en una sociedad determinada, en un momento histórico determinado y que pueden ejercer, o quizás no, por momentos o de manera cotidiana, una reflexión clara y ordenada de su momento: “Todos los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”, dice Gramsci en “Los intelectuales y la organización de la cultura”, ya que para él no existe la división entre el Homo faber, el hombre productivo, y el Homo sapiens, el hombre pensante: “No hay actividad humana en la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el Homo faber del Homo sapiens, agrega nuestro autor en el mismo texto.

Ahora, espero yo, entiendan mejor el por qué de esta intervención. En una sociedad occidentalizada como la mexicana, en donde la tecnología, para quienes de alguna manera u otra tenemos acceso a ella, se va haciendo cada vez más compleja (y lo podemos comprobar en el volumen de cualquier instructivo de operación de cualquier aparato que compremos) y se va pidiendo a los consumidores mayor conocimiento para realizar muchos trabajos con aparatos y métodos cada vez mas complicados, y los años de estudio son cada vez mayores, es imposible pensar que tarde o temprano, por alguna forma u otra, no reflexionemos sobre lo que estamos haciendo y las razones en que nos basamos, de manera más o menos consciente, para realizar las actividades que queremos y/o que se esperan de nosotros. En una sociedad que implica una gran dependencia del extranjero ante la imposibilidad de sus clases dominantes de entender la importancia de preparar cuadros y realizar inversiones en la ciencia y en la soberanía alimenticia, quizás algunos de los aquí presentes, ya sea por sus escritos o enseñanzas, ya sea por su trabajo o por sus reflexiones, se ha visto obligado a preguntarse de manera consuetudinaria por el significado y la razón de su labor, a la mejor para transmitirle a otros el fruto de sus reflexiones, o ya sea para ver como se encuentra en su vida personal. Quizás para muchos esas reflexiones no han sido más que ocasionales, pero dudo que en este momento, existe entre nosotros alguien que no se haya preguntado acerca del significado de su trabajo y de su vida cotidiana.

No se trata ciertamente de realizar alguna especie de “psicologismo” absurdo.

En las circunstancias actuales, en donde posiblemente nuestra viabilidad como nación se encuentra en juego por la pobreza galopante de la gran mayoría de los mexicanos y la catástrofe social generada por una situación que tampoco esa gran mayoría pidió pero que padece, el análisis de nuestro trabajo profesional e intelectual es mas que una opción, casi un deber, aunque sea en las circunstancias trágicas por las que estamos pasando: “Cuando estás en un barco que se hunde, tus pensamientos versarán sobre barcos que se hunden”, escribió el autor de las conocidas obras “1984” y “Rebelión en la Granja” en una época en la que George Orwell y sus contemporáneos tampoco tenían razones para ser optimistas. Y aunque podamos tener la impresión de que nuestro barco se hunde, la único que nosotros podemos hacer, personas privilegiadas de una educación que cada vez tiene menos resultados prácticos pero que no dejamos perder por qué si consideráramos que ya no vale la pena ya no estaríamos aquí, es reflexionar y pensar, por que es lo que mejor sabemos hacer, por qué hemos escogido hacer esto y estar en esta escuela y no en otro lugar, y por que es para lo que nos preparamos y es para lo que en algunos casos, nos pagan. Somos, para decirlo en términos gramscianos, intelectuales o aspirantes a intelectuales orgánicos que defendemos e interpretamos intereses concretos ya sea por qué nos identificamos con ellos, ya sea por qué provenimos de la clase que genera esos intereses con los que nos identificamos, ya sea por una combinación de ambos hechos. Y finalmente, por la tradición y la importancia que se le otorga en este país, somos universitarios con la obligación ética de entender, para nosotros y para los demás, en dónde estamos parados y a dónde queremos ir, y ninguno de los aquí presentes podemos sustraernos de esta obligación.

¿Cómo hacerlo, entonces?

La respuesta a esta pregunta pasa necesariamente por la reflexión de que al estar dando una respuesta se esta realizando también una elección, y bien saben ustedes que una elección bien lleva un compromiso pero también conlleva una pérdida o una serie de pérdidas de las cuales tenemos que hacernos responsables. Lo único que entonces puedo hacer yo en este momento es decirles lo que creo yo es mi elección, lo que yo hago y en que me apoyo, esperando que les sirva de algo a todos ustedes en sus propias respuestas acerca de cómo responder la pregunta anterior.

Edward Said, un intelectual estadounidense de origen palestino cuyo libro “Orientalismo” es referencia obligada en muchas universidades de Estados Unidos y Europa para tratar de entender el mundo árabe, parte de la base de que Gramsci tiene razón en sus planteamientos. Y Said lo ve claramente al hablar a sus interlocutores cuando analiza su trabajo y el trabajo de intelectuales como él (escritores, ya sean famosos o no) y menciona que lo que debe caracterizar al intelectual, entre otras cosas, es el hablar claro y fuerte -sobre todo al poder- y ser honesto, incluso cuando esto pueda significar ser impopular al resto de sus conciudadanos, sobre todo cuando el resto de sus conciudadanos puede estar cometiendo actos que son éticamente cuestionables.

Pero hacer esto, nos recuerda también Said, significa tomar un partido, tomar un partido por los que no tienen voz, por los que no pueden defenderse, por los que carecen, por cualquier razón, de posibilidades para hablar por sí mismos en algún momento determinado. Y no se trata, a pesar de lo que nos ha querido vender la ideología del posmodernismo cultural en los últimos treinta años, de hablar “en nombre de los demás”, sino de “hablar con los demás” debido a que por alguna razón ellos no pueden hacerlo. Como intelectual, no importa a que nivel te encuentres, es un deber y una responsabilidad hablar por los que en algún momento no tienen voz y estar con ellos una vez que tengan la posibilidad de expresarse a si mismos. Y hay que ser honestos al realizar esta actitud.

¿Pero que significa la honestidad en este terreno?

Verán ustedes, que de acuerdo con Gramsci, y con Said pero también con Chomsky y con Orwell y con varios otros que tienen su trabajo y su historia de acuerdo a las bases del intelectual orgánico gramsciano, la honestidad significa antes que otra cosa honestidad intelectual: no mentir sobre los motivos y las razones por las cuales estamos realizando el trabajo que mejor hacemos. Significa que no podemos dejar que el nacionalismo, por poner un ejemplo, o el interés de clase, por poner otro, o cualquier sentimiento gregario se interponga entre la honestidad intelectual y nosotros, y que es posible hablar de verdad y que debemos hacerlo.

Vean ustedes. En algún momento llegué a preguntarme cuantos casos en donde alguna experiencia socialista intento fincarse en algún país durante el siglo XX terminó con un “pinochetazo” o una intervención militar extranjera o ambas cosas a la vez. En mi parcial y limitado análisis conté siete casos en los cuales una intervención y/o un golpe de estado terminó o cambió sustancialmente el rumbo de esas experiencias y su significado, pero el filósofo español Carlos Fernández Liria en un texto suyo sobre este asunto que les menciono documenta una cincuentena de casos a lo largo del siglo XX y en lo que vamos del presente. Y esto es muy importante y permítanme mencionar otros ejemplos antes de explicarles por que esto es muy importante.

El sumario intelectual que hicimos líneas arriba está cuestionado también por intelectuales del nivel del filósofo y lingüista Noam Chomsky que pregunta con qué vamos a sustituir todos los principios que durante cuatrocientos años han fundamentado la investigación racional y que pretenden ser tirados por cierta crítica vinculada a lo que se llama posmodernismo y que al parecer no ofrece mas que “gritos primigenios” como alternativa, fundada esta alternativa por cierto en una visión harto cuestionable sobre lo que es la ciencia y la investigación racional y el método científico. No se trata de negar, como ciertamente nos recuerda Chosmky que los fundamentos de esto último no son del todo claros y que constantemente se realizan esfuerzos por clarificarlos, pero tampoco se trata de tirar el agua sucia con el niño adentro, para decirlo de manera coloquial pero muy entendible.

Otro ejemplo. Durante muchos meses varias personas estuvieron denunciando las deficiencias del proceso electoral que recientemente vivimos en este país y la inutilidad de participar en un proceso que ya estaba viciado de antemano, con datos mínimamente cuestionables cuando no francamente falsos y cuya parcialidad era mas que evidente para cualquiera que quisiera ver las cosas como verdaderamente son y no como quisiera que fueran. Curiosamente, los ataques a estas personas que cuestionaron el proceso electoral como un todo no vinieron ni del gobierno ni del partido que nunca se ha alejado realmente del poder ni de los intereses políticos y económicos que esas personas representan, sino de otros intelectuales, académicos, articulistas y escritores que se encontraban, por elección propia, vinculados cercanamente a uno de los candidatos perdedores. Lo interesante es que cuando verdaderamente se ve lo que todos sabemos que pasó en las elecciones, estos últimos intelectuales no dejan de escribir que hubo … un fraude.

Los ejemplos sobre deshonestidad intelectual los podemos encontrar cada uno de nosotros con muy poco esfuerzo, ciertamente. Lo importante aquí y es lo que me interesa comentar es que, independientemente de la posición que tengamos, independientemente de los intereses que defendamos, es posible hablar de verdad y hablar de hechos. En lo que les mencionaba sobre el socialismo en diferentes países a lo largo del siglo XX, y aceptando como socialismo una posición política y económica que plantea oponerse a una forma de producción conocida como capitalismo, el que hayan existido seis, diez o 50 casos de “pinochetismo” y/o intervención extranjera perfectamente documentados no quita el hecho de que cualquier discusión seria acerca de este tema, independientemente de nuestras simpatías o carencia de ellas, debe de pasar por esta documentación, es más: debería ser la base de cualquier discusión honesta y sensata sobre el tema. Esto sería un ejemplo de como comportarse verdaderamente como intelectuales, al menos así lo considero.

Termino.

Espero que ustedes recuerden que al principio yo les mencioné la importancia de poder diferenciar a un ideólogo de un intelectual. Si el ideólogo es aquel que no duda en tergiversar los hechos y el discurso para usarlo mejor a los intereses tanto personales como de grupo que aquel cree que esta representando, evidentemente que el ideólogo representa el contrario de lo que aquí se ha mencionado sería el intelectual gramsciano. Por que si podemos hablar de hechos, de métodos, de tomas de posición, de honestidad intelectual (y podemos y debemos practicar esto hasta donde nos sea posible) el justificar lo que sea, intelectualmente hablando, debe, simple y sencillamente ser evitado hasta donde nos sea posible, aunque esto signifique no ser populares ni sumarnos al gregarismo dominante en algún momento dado. Y aquí, permítanme insistir en esto, no se trata de si nos consideramos de izquierda o de derecha (y aunque no lo crean, es posible hablar en estos términos actualmente) o si simpatizamos con el panismo o no o de si odiamos a Chávez y su alternativa socialista. Se trata de ejercer la objetividad, la neutralidad ante los hechos y la disposición a decir y sostener cosas que posiblemente incomoden a muchos, por que aunque parezca increíble y a despecho de los cuentos que nos han vendido en estos años, la neutralidad intelectual y el respeto por el conocimiento de los hechos tal como son, representan, en un mundo injusto en donde el interés de unos cuanto poderosos prevalecen, una actitud antes que otra cosa muy revolucionaria. Toda esta tarea ciertamente es nada sencilla en los tiempos que corren, pero es ineludible si queremos entender, comprender y participar realmente y sintiéndonos bien con nosotros mismos, al menos.

Ciertamente no se trata de ver si somos capaces de citar uno, cincuenta o cien nombres de autores y libros y decir que los hemos leído de cabo a rabo y citarlos y ponernos a recitarlos con lenguaje de iniciados. No se trata de invocar falacias de autoridad para justificar discursos que no se sostienen por si solos. Realiza, al menos desde esta perspectiva de la responsabilidad intelectual, un mejor trabajo una persona como Richard Stallman, uno de los fundadores del software libre y del sistema GNU-Linux al promover su uso por encima del sistema privativo de Microsoft, y hablar de libertad, responsabilidad e independencia nacional y económica ante sus audiencias, que los autores que han escrito sobre temas sociales en los cuales solamente unos cuantos se entienden, o al menos eso nos quieren hacer creer. Las cosas importantes posiblemente puedan ser dichas en forma sencilla, que para complicarlas innecesariamente están los intelectuales, planteó en algún momento Chomsky. Y también es cierto, nos recuerda Gramsci, que las cosas verdaderamente importantes puede que no sea fácil de expresarlas en algún momento. Como sea, ambas cosas son ciertas y cualquiera con sus facultades orgánicas y mentales bien puestas, debería ser capaz de entenderlo.

Por que, finalmente, a diferencia de lo que muchas veces nos han dicho, el ejercicio de la racionalidad es algo que cualquiera de nosotros podemos ejercitar y entender sin problema alguno. Que tengamos mas o menos habilidades en un campo del conocimiento racional no significa que no podamos, si así lo deseamos, no entender en términos generales lo que se hace en otros campos en los cuales no nos hemos entrenado. Cada vez que yo me intereso por un tema que no es parte inmediata de mis actividades, se que encontraré publicaciones y personas que lo pondrán a un nivel útil y manipulable para que yo pueda usarlo. Y sé que yo puedo ofrecer lo mismo. Ya lo ven ustedes: el conocimiento racional, el trabajo intelectual, es lo más democrático que podemos encontrar por qué cualquiera puede acercarse a él y ejercitarlo, y nos permite en términos generales, ponernos de acuerdo. Y lo único que pide de todos nosotros es disposición de trabajo y voluntad de aceptar los hechos como son y no como quisiéramos que fueran: esta es al menos una de las bases del verdadero conocimiento científico y de no poco del conocimiento social, respetando, en ambos casos, reglas del juego más o menos bien definidas y muy funcionales construidas con base en el ensayo y error y que han demostrado ser viables. Y si cualquiera puede hacerlo, con más razón los que, respondiendo a nuestra vocación y haciendo uso de la suerte social que nos toco vivir, nos encontramos en estas aulas, en este espacio, en este momento, enseñando y aprendiendo, en sentido bidireccional. Si los demás están obligados a la responsabilidad y la honestidad intelectual, con más razón nosotros, y esto no debe ser olvidado en toda nuestra vida útil. Todos podemos ser ideólogos en algún momento dado, si olvidamos estas dos simples cosas: la responsabilidad y la honestidad intelectual. Pero todos podemos evitarlo en algún momento: invito a que tratemos siempre ser intelectuales. No es fácil, puede ser un camino en solitario muchas veces, a veces es tremendamente cansado, pero es muy gratificante en lo personal, espero que al menos lo vean ustedes como yo lo veo.



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