Aunque el tecnológico e hiperdesarrollado mundo moderno parece ser un lugar hostil para entidades supernaturales, hay un par de sitios en los EEUU en donde la presencia de espíritus, monstruos, demonios, dioses y hasta alienígenas es más que habitual.
Comparado con épocas pretéritas en donde las más variadas entidades supernaturales campaban a sus anchas relacionándose, comunicándose, molestando y hasta torturando incluso a multitud de seres humanos, el mundo moderno no parece ser un buen lugar para estos habitantes del más allá, puesto que ese gran hermano omnipresente formado por miles y miles de cámaras fijas de vigilancia o de tráfico que inundan nuestras ciudades o móviles que llevan incorporadas los vehículos policiales de medio mundo, los cada vez más omnipresentes drones junto con esos miles de millones de teléfonos móviles, compulsivamente utilizados por esa legión de adictos al selfie, no es capaz de detectar ni la más mínima presencia del mundo espiritual. Sin embargo, todavía quedan un par de lugares en los EEUU en donde parece que los seres extracorpóreos se siguen sintiendo lo suficientemente cómodos como para mostrar su presencia a algunos elegidos de manera casi habitual.
Desde hace casi cuatro décadas se viene celebrando en los EEUU una competición ciclista entre cuyas principales características está el sorprendente hecho de que bastantes de sus integrantes acaban relatando historias increíbles de experiencias más o menos bizarras tal y como recogió el escritor, historiador especializado en temas científicos y fundador de la Skeptics Society, Michael Shermer en uno de sus libros. Así, algunos participantes han observado con incredulidad durante su pedaleo como un simple grupo de buzones de correos, de esos que son tan habituales en los laterales de las carreteras rurales de los EEUU, de pronto se convierten ante sus más que sorprendidos ojos en un grupo de enfervorecidos animadores de ese más que evidente quijotesco ciclista.
Otros corredores afirman que han visto como los rodales en el pavimento, producto de reparaciones menores en la carretera con alquitrán negro, se convertían en diversos animales y hasta en criaturas míticas. En la edición de 1982, el ciclista olímpico John Howard comentó en una entrevista para la cadena de televisión ABC que
El otro día vi unos cincuenta metros de jeroglíficos egipcios dispersos a lo largo de la carretera, lo más loco que he visto en mi vida, ¡pero estaban allí!
En esa misma carrera, otro participante recordó que durante un trayecto neblinoso por una carretera secundaria de Pensilvania tuvo alucinaciones viéndose a sí mismo montando de lado en la bicicleta, y entonces
Bajé la mano, me detuve, me bajé de la bicicleta y me senté, luego volví a subir a la bicicleta.
El propio Shermer cuenta en el libro que él mismo tuvo extrañas experiencias durante los años que participó como corredor de este tan particular evento deportivo. Además narra que cuando fue el director de esta carrera en la década de 1990, solía encontrarse con
ciclistas de ojos borrosos farfullando inconexamente acerca de ángeles guardianes, figuras misteriosas y conspiraciones contra ellos.
En el libro también narra Shermer que
Una noche en Kansas (donde Dorothy había iniciado su camino a Oz) me encontré con un corredor de pie junto a unas vías del ferrocarril. Cuando le pregunté qué estaba haciendo él me explicó que estaba esperando para coger un tren para ver a Dios. Más recientemente, el cinco veces ganador la carrera, Jure Robic, fue testigo de cómo las grietas del asfalto se transformaron en mensajes codificados y osos, lobos e incluso extraterrestres. Robic, miembro del ejército esloveno, una vez desmontó de su bicicleta para enfrentarse a un grupo de buzones de correo de los que estaba convencido que eran tropas enemigas, y otro año se vio perseguido por una banda aullante de jinetes de barba negra. “Muyahidines disparándome”, recordó Robic, “así que corrí más rápido”.
Y algo similar ocurre en una famosa carrera de trineos de perros en Alaska en donde, tal y como también cuenta Shermer, los participantes durante el recorrido
alucinan viendo caballos, trenes, ovnis, aviones invisibles, orquestas, animales extraños, voces sin personas y ocasionalmente entes fantasmales al lado de la pista o amigos imaginarios montados en sus trineos con los que charlan durante largos tramos. El cuatro veces ganador, Lance Mackey, recordó un día cuando estaba montando en el trineo y vio a una niña sentada a su lado tejiendo punto. “Ella se rió de mí, saludó con la mano, y cuando fui hacia ella ya se había ido. Sólo te ríes.” Un musher [conductor de trineo] llamado Joe Garnie se convenció de que un hombre viajaba en su bolsa de trineo. Él educadamente le pidió al hombre que se fuera, pero el hombre no se movió. Garnie le dio un golpecito en el hombro e insistió en que abandonara su trineo, y cuando el desconocido se negó, Garnie lo golpeó.
Y ¿qué tienen de especial estas carreras estadounidenses (y no otras) para que los más variados entes espirituales se aparezcan, molesten y hasta acosen a esforzados deportistas que únicamente quieren llegar a la meta cuanto antes para conseguir la gloria? ¿Es que fantasmas, extraterrestres o ángeles se han aficionado al deporte, y como no reciben la señal de los canales deportivos terrestres en el más allá, tienen que acudir a los EEUU a estas carreras?
Pues como bien indica Shermer ambos eventos tienen algo en común. La competición ciclista es la “Race Across America (RAAM)”, una carrera que como su mismo nombre indica consiste en recorrer los EEUU de punta a punta desde la ciudad de Oceanside en la costa del Pacífico californiano hasta Annapolis en el estado de Maryland, cruzando unos 4.800 km de 12 estados distintos, bastante más que el recorrido del famoso Tour de Francia, en donde sin embargo hasta la fecha ningún corredor se ha topado con extraterrestres, fantasmas ni ángeles ni ha sido perseguido por muyahidines espectrales armados. La gran diferencia entre ambos eventos ciclistas es que mientras el Tour, como el Giro o la Vuelta son carreras por etapas, en donde el deportista tras varias horas de esfuerzo agotador es atendido por una amplia gama de profesionales: masajistas, médicos, etc. y puede dormir un reparador sueño en una mullida cama después de una equilibrada cena, la RAAM no tiene etapas, es decir, es un evento continuo desde el principio hasta el final, en donde cada corredor duerme lo mínimo imprescindible (alrededor de noventa minutos por noche) y se detienen tan poco como es posible. Además hay que tener en cuenta que los ciclistas tienen que salvar un desnivel total de más de 51 km de altura durante los más que largos 4.800 km de recorrido de costa a costa, pasando por los abrasadores desiertos de Arizona donde la temperatura puede acercarse a los 50ºC y las frías Montañas Rocosas, en donde el mercurio no supera el punto de congelación del agua.
Entonces tal y como indica Shermer, las llagas, los dolores musculares y la agonía de la fatiga son casi insoportables para unos corredores que realizan todo el trayecto pedaleando en solitario en menos de 10 días, en un ejercicio continuo en el que no hay tiempo para recuperarse. Así,
la RAAM es un experimento rodante de agotamiento físico y deterioro psicológico que se combina de manera explosiva con la privación del sueño dando lugar a una tasa de abandonos de aproximadamente dos tercios de los participantes, lo que muestra la dificultad de este evento de ultramaratón, en el que tras más de tres décadas de carreras, menos de doscientas personas tienen el codiciado anillo
que certifica que han podido completar una prueba que ha sido definida como el evento deportivo más duro del mundo.
Algo similar ocurre en la también famosa carrera “Iditarod” anteriormente citada que recorre sin escalas los 1.600 km que separan las localidades de Anchorage y Nome en Alaska, donde los solitarios humanos con sus seis perros, todos agotados hasta la extenuación y con una fuerte privación de sueño tienen que hacer frente a las inclemencias meteorológicas del Ártico, en donde no son infrecuentes las intensas tormentas de nieve con fuertes rachas de viento que pueden llegar a hacer bajar el termómetro hasta los casi increíbles 73ºC bajo cero que pueden volver loco a cualquiera.
Por todo ello, y a la vista del actual conocimiento en neurofisiología, queda más que claro el porqué es tan habitual que los participantes de estos extenuantes ultramaratones (y no otros deportistas) acaben teniendo todo tipo de delirios y alucinaciones, todos ellos acordes con las creencias, experiencias previas, miedos y deseos de cada participante en particular, individuos que se encuentran al límite y cuyos cerebros más que desbocados son incapaces de atenerse a la realidad, inventándose las más disparatadas “presencias”. Inciso: que buenos conejillos de indias serían estos esforzados deportistas a la hora de poder analizar el funcionamiento de su cerebro (impulsos eléctricos, neurotransmisores, hormonas, etc.) y compararlo con su situación de reposo.
Finalmente y visto desde el contexto histórico-evolutivo, a nadie mínimamente racional se le puede escapar el hecho (que no es para nada casual) que prácticamente todas las religiones del mundo hayan sido fundadas y mantenidas por profetas, gurús, santones y el resto de mediadores de lo divino que sólo son capaces de “encontrar” a la respectiva deidad o de ser tentados por el Maligno (según sea el caso)
tras profunda soledad, largos periodos de ayuno, deprivación del sueño, mortificaciones varias y agotamiento físico, a ser posible en entornos extremos como los más que “reveladores” desiertos del Oriente Medio.
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