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El libre albedrio y la culpabilidad penal a la luz de la neurociencia

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neurociencia libre albedrio filosofiaEn su libro “Incognito” el neurocientífico David Eagleman plantea unas interesantes reflexiones acerca del libre albedrío, la responsabilidad penal y el sistema judicial en base a los cada vez mayores avances en neurociencia.

Y para centrar su argumentación presenta algunos sucesos muy llamativos acaecidos en EEUU.

El primero de ellos muestra que a mediados de los años 60 del siglo pasado un joven llamado Charles Whitman se subió a la torre de la Universidad de Texas y se puso a disparar indiscriminadamente tanto a viandantes como a los servicios de emergencias que acudieron posteriormente al lugar de los hechos, dejando un reguero de muertos y heridos hasta que tras varias horas de tiroteos fue finalmente abatido por agentes de la ley. Al acudir a su domicilio la policía encontró la siguiente nota acompañando a los cuerpos también asesinados de su mujer y su madre:

Tras mucha reflexión he decidido asesinar a mi mujer, Kathy, esta noche… La quiero muchísimo, y ella ha sido para mí tan buena esposa como cualquier hombre podría desear. Racionalmente no se me ocurre ninguna razón específica para hacerlo… La verdad es que estos días no acabo de entenderme. Supuestamente soy un joven inteligente y razonable. Sin embargo, últimamente (no recuerdo cómo empezó) he sido víctima de muchos pensamientos inusuales e irracionales.

En la investigación la policía descubrió que Withman hasta ese momento había sido un individuo normal, bastante inteligente, integrado y trabajador aún cuando había referido en su diario que

Una vez estuve hablando con un médico durante dos horas e intenté transmitirle el temor a verme superado por impulsos tremendamente violentos. Tras aquella sesión, no volví a ver al médico, y desde entonces me he enfrentado solo a mi torbellino mental, al parecer en vano.

y algunos de sus amigos y conocidos habían notado muy difusamente que parecía tener algún tipo de problema. En resumen, otro caso más de violencia gratuita a la que nos tienen tan acostumbrados los EEUU, país lleno a rebosar de armas y si tenemos en cuenta a las estadísticas, la literatura y al cine tierra por excelencia de psicópatas de todo tipo.

Pero lo curioso del caso es que al practicar la autopsia al asesino, el forense descubrió un tumor llamado glioblastoma en su cerebro que comprimía a la amígdala, elemento clave de regulación emocional. Estudios en animales muestran que su deterioro genera ausencia de miedo y aumenta la agresividad y en humanos va ligado a un incremento del comportamiento violento junto con la aparición de fobias.

Un segundo caso es el de otro individuo llamado Alex que poco a poco empieza a obsesionarse con el sexo, primero en su forma más normal para pasar después a consumir pornografía infantil en grado cada vez más obsesivo. Y aunque procuraba ocultar sus actos, unas insinuaciones a su hijastra prepuber alarmaron a su mujer, que descubrió su obsesión. La esposa además de expulsarle del domicilio conjugal le denunció a la policia y un juez le encontró culpable de abusos deshonestos siendo condenado a rehabilitación. En el programa de rehabilitación, continuó con sus insinuaciones sexuales a miembros del personal y a otras personas siendo al final enviado a la cárcel. También otro caso bastante habitual en los juzgados de medio mundo. Lo inusual en cambio fue que durante todo ese largo proceso el sujeto se quejaba de dolores de cabeza cada vez más intensos. Una noche en la que no pudo soportar más el dolor fue atendido en urgencias. Lo sometieron a una exploración cerebral que reveló un enorme tumor en la corteza orbitofrontal. Cuando los neurocirujanos le extirparon el tumor, el apetito sexual de individuo volvió a la normalidad. Y lo más curioso del caso es que al año siguiente de su operación cerebral, volvió a reincidir nuevamente en su comportamiento pedófilo. Al volver a ser examinado, los neurocirujanos descubrieron lo que ya sospechaban, que se habían dejado un pequeño número de células malignas sin extirpar dentro del cerebro de Alex y que por tanto el tumor había vuelto a crecer otra vez. Por ello se sometió al paciente a una nueva intervención quirúrgica, que esta vez sí finalmente restituyó su comportamiento a la normalidad de forma permanente.

El tercer ejemplo viene asociado a la enfermedad de Parkinson. Hace unos años se observó que algunos de estos pacientes, que previamente nunca habían mostrado interés alguno por los juegos de azar, se convertían de pronto en desaforados jugadores patológicos, de tal manera que algunos eran capaces de coger un avión, irse a Las Vegas y gastarse en los casinos sin ninguna mesura todos sus ahorros y más, mientras que otros pacientes se arruinaban jugando compulsivamente al póker por internet. Y por supuesto familiares y amigos sólo se daban cuenta de la magnitud del problema cuanto las deudas eran imposibles de esconder y la ruina economica se mostraba en toda su magnitud. Al final, estudiando estos curiosos casos se observó que un medicamento utilizado en combatir los síntomas de la enfermedad que actuaba sobre los niveles de la dopamina era el causante de estos tan llamativos síntomas. Y ello era debido a que la dopamina además de regular el control motor está ligada a los sistemas cerebrales de recompensa, de tal manera que el medicamento al aumentar la cantidad de dopamina en el cerebro de los enfermos (evitando así los característicos temblores de la enfermedad) también desinhibía totalmente el comportamiento del paciente.

Con estos casos y otros muchos de la literatura médica y científica cada vez está más claro que nuestro comportamiento, la toma de decisiones y ese conjunto de propiedades que hemos llamado histórica y filosóficamente libre albedrío o conciencia moral no es más que el resultado (dentro de la extraordinaria maquinaria de nuestros cerebros) de complejísimas interacciones a nivel génico, bioquímico y epigenético, en las que también influyen otros diversos factores entre los que cabe destacar los ambientales (como pueden ser sustancias tóxicas, agentes patogénicos o los elementos culturales) de tal manera que como comenta el neurocientífico Robert Sapolsky

¿Es un ser amado, hundido en una depresión tan grave que le impide actuar normalmente, un caso con una base bioquímica tan «real» como la bioquímica, pongamos, de la diabetes, o simplemente es alguien que se deja llevar? ¿A un niño le va mal en la escuela porque es lento y no tiene motivación, o porque sufre una discapacidad de aprendizaje de base neurobiológica? Un amigo que poco a poco va camino de tener un grave problema con el abuso de alguna sustancia, ¿muestra una simple falta de disciplina o sufre algún problema con la neuroquímica de la recompensa?

en la actualidad estaríamos pasando de la idea clásica del libre albedrío o de la culpa a la interpretación biológica del comportamiento humano en términos orgánicos. Todavía no tenemos las herramientas adecuadas para identificar todos los problemas y comprender en su totalidad como funciona nuestro cerebro, pero el escaso siglo de investigación neurocientífica realizado hasta ahora hace sospechar que gran parte de lo que en la actualidad llamamos simplemente comportamiento “anormal” puede tener bases biológicas desencadenantes, que bien pudieran ser corregidas o paliadas en el futuro una vez identificadas y estudiadas en profundidad.

Y entonces pasado este punto se plantea un importante problema. Porque como comenta Eagleman en su libro

Imaginemos un espectro de culpabilidad. En un extremo tenemos a gente como Alex el pedófilo… A ojos del juez y del jurado, se trata de gente que ha sufrido daño cerebral a manos del destino y que no ha escogido su situación nerviosa. En el lado responsable de la línea está el delincuente común, cuyo cerebro se estudia poco, y acerca del cual nuestra tecnología actual en realidad no podría decir gran cosa. La tremenda mayoría de los delincuentes están a este lado de la línea porque no sufren ningún problema biológico evidente. Simplemente se les considera actores que pueden elegir libremente. En la parte media del espectro podría encontrar a alguien como Chris Benoit, luchador profesional cuyo médico conspiró con él para proporcionarle enormes cantidades de testosterona con la excusa de hacer una terapia de reemplazo hormonal. A finales de junio de 2007, en un arrebato de furia conocido como furia de los esteroides, Benoit llegó a su casa, asesinó a su hijo y a su mujer y a continuación se suicidó ahorcándose con la cuerda de la polea de una de sus máquinas de pesas. Cuenta con el atenuante biológico de que las hormonas controlaban su estado emocional, pero parece más culpable porque, en primer lugar, decidió ingerirlas. A los drogadictos generalmente se les coloca en mitad del espectro: aunque se entiende más o menos que la adicción es una cuestión biológica y que la droga transforma los circuitos del cerebro, también se interpreta que los drogadictos son responsables de haber comenzado a tomarla.

estaríamos decidiendo sobre la inocencia o culpabilidad de las personas en base a nuestro actualmente imperfecto conocimiento científico. Y como comenta Eagleman este problema se irá amplificando a medida que se sucedan los avances en el campo ya que

La tecnología seguirá mejorando, y a medida que aprendamos a medir mejor los problemas del cerebro, la línea se desplazará hacia el lado de la no culpabilidad: es decir, se adentrará en el territorio de los que ahora se consideran totalmente responsables. Problemas que ahora son impenetrables se podrán examinar gracias a las nuevas técnicas, y quizá algún día descubramos que hay ciertos tipos de mal comportamiento que poseen una explicación biológica, tal como ha ocurrido con la esquizofrenia, la epilepsia, la depresión y la obsesión. Hoy en día podemos detectar sólo grandes tumores cerebrales, pero dentro de cien años podremos detectar pautas a niveles inimaginablemente pequeños del microcircuito que corresponden a problemas del comportamiento… A medida que aprendamos a especificar cómo el comportamiento se origina en los detalles microscópicos del cerebro, más abogados defensores apelarán a los atenuantes biológicos, y más jurados colocarán a los acusados en el lado de la línea de no responsable. Un sistema legal no puede definir la culpabilidad simplemente por las limitaciones de la tecnología actual. Un sistema legal que declara a una persona culpable al principio de una década y no culpable al final de la misma no tiene muy claro qué significa exactamente la culpabilidad.

Después Eagleman continúa

Tal como el neurocientífico Wolf Singer sugirió recientemente: aun cuando no podamos medir lo que funciona mal en el cerebro de un delincuente, podemos suponer con bastante seguridad que algo funciona mal. Sus actos son prueba suficiente de una anormalidad cerebral, aun cuando no conozcamos (y quizá no lleguemos a conocerlos nunca) los detalles. Tal como lo expresa Singer: «Mientras no podamos identificar todas las causas, cosa que no podemos hacer ahora y quizá no podamos hacer nunca, hemos de admitir que todo el mundo posee una razón neurobiología para ser anormal.» Observemos que casi nunca podemos medir la anormalidad de los delincuentes. Consideremos a Eric Harris y Dylan Klebold, quienes dispararon en el Instituto Columbine, Colorado, o a SeungHui Cho, el tirador de la Escuela Politécnica de Virginia. ¿Algo funcionaba mal en sus cerebros? Nunca lo sabremos, porque, al igual que ocurre con casi todos los tiradores de institutos, fueron abatidos en la escena del crimen. Pero podemos suponer con toda seguridad que en sus cerebros había algo anormal. Es un comportamiento extraño; casi ningún estudiante hace eso.

Lo esencial del argumento es que los delincuentes siempre deberían ser tratados como personas incapaces de haber actuado de otro modo. La actividad delictiva en sí misma debería considerarse prueba de anormalidad cerebral, sin importar si en la actualidad se puede medir o no. Esto significa que el testimonio experto de un médico puede ser profundamente problemático: a menudo, dicho testimonio refleja sólo si en la actualidad poseemos nombres y medidas para los problemas, no si los problemas existen.

Así pues, la cuestión de la culpabilidad está mal planteada. La pregunta correcta es: ¿qué hacemos, a partir de ahora, con alguien acusado de un delito?

En su libro Eagleman presenta algunas propuestas pero entiendo que en este punto todos deberíamos pararnos a reflexionar y responder de manera racional a las siguientes preguntas ¿qué tipo de sistema judicial y penitenciario es el más acorde para este siglo XXI? ¿queremos que nuestros descendientes de dentro de un par de generaciones nos cataloguen como crueles inquisidores animados únicamente por la sed de venganza, al igual que nosotros pensamos en la actualidad (bueno no todo el mundo) que los exorcismos son una prueba palpable de la ignorante barbarie supersticiosa humana? sobre todo porque en nuestra defensa no podremos alegar ignorancia, cuando a día de hoy ya tenemos elementos de juicio suficientes para entrever las previsibles conclusiones que el desarrollo de la neurociencia nos irá desvelando en las próximas décadas.

 

P.D.

Según el defensor del pueblo vasco la mitad de los presos que cumplen condena en cárceles de Euskadi tienen problemas mentales fundamentalmente trastornos de personalidad.

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